Instagram, mundo feliz
ARA
14 mayo, 2018

No utilizo instagram. Lo desinstalé tras unos pocos días de uso. Tengo apenas ocho fotografías subidas a la red. No es que no me guste Instagram, pero me di cuenta de que producía algo en mí con lo que no me sentía cómodo. Veía lo que hacían los demás, sus planes, o constataba un plan que me había perdido. Tenía la sensación de que siempre me estaba perdiendo algo.

He sabido por usuarios de instagram que es habitual colgar fotos de planes pasados como si fueran del día de hoy; o que en un día que ha resultado aburrido o desastroso uno ponga a posar a los niños en una escena idílica y escriba debajo, un día perfecto con los niños en tal o cual sitio. Lo llaman postureo.

Usuarios activos de instagram, me decían que el postureo hace mucho daño y produce mucha insatisfacción. Por un lado, crea la necesidad de demostrar a los demás que estoy fantásticamente, que todo es genial, que me lo estoy pasando en grande, que mi vida es perfecta. Tratamos de ofrecer una versión ideal de nuestras vidas. Recuerda a la novela Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932) donde la humanidad ha alcanzado la felicidad permanente.
¿Por qué casi nadie sube fotografías de momentos dolorosos o tristes? ¿No es eso también parte de la vida?

Por otro lado, el mundo feliz que proyectamos en Instagram puede llevar a los demás una sensación de frustración: “mira qué bien se lo pasa la gente y yo, en cambio, aquí, hoy no he hecho nada…”. Tomamos el instante por el todo. La instantánea, que solo es eso, un instante permanece en pantalla y se nos antoja continua, permanente. Y no lo es. ¡La felicidad es tan etérea y sutil! Inmortalizarla es el mayor ejercicio de ilusión. Exhibir esa inmortalización es el mayor ejercicio de vanidad. Y apuntalarla con un comentario, el mayor ejercicio de engaño y autoengaño.


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