Dicen que una de las grandezas de la democracia es que cualquier persona, sin importar su género, color de la piel, clase social y nivel de estudios pueda llegar a ser presidente del país, de la región o alcalde de una gran ciudad. Es decir: un cargo público relevante.

De acuerdo con las tres primeras condiciones, pero con el del nivel de estudios no estoy de acuerdo. Creo más bien que el hecho de que una persona sin la formación adecuada para algo tan importante como administrar un país, región o gran capital llegue a hacerlo no ensalza la democracia sino que la degrada.

La grandeza de la democracia es que todos puedan votar y que el voto de cada persona valga lo mismo. Pero para llegar arriba de todo se necesitan unos determinados conocimientos. Gobernar requiere una experiencia y formación enormes, idiomas, haber gestionado organizaciones privadas y haber pasado por la administración pública.

Por eso es importante la culturización y formación de la ciudadanía, para que no sean deslumbrados y engañados por los populistas, demagogos o embaucadores de turno. En Francia, casi todos los políticos que han llegado a altos cargos han pasado por las instituciones educativas más prestigiosas de Francia (el Instituto de Estudios Políticos de París o bien la Escuela Nacional de París). Macron, Hollande, Sarkozy, Fillon, Chirac, Villepin, Fabius, Juppé … sacarse el título no está al alcance de cualquiera.

Así, en Francia no hay que decir que ostentas un máster que en realidad no tienes tras ser elegido porque si no lo tienes, sencillamente no te vota nadie. Ni siquiera el partido te propone como candidato. Aquí tenemos la valentía de votar a diletantes con retórica para que piloten nuestros recursos sin un mínimo de horas de vuelo. Que luego digan que tienen un título que no ostentan demuestra aún más que el cargo les venía grande porque meterse en un lío así cuando ya no te hace falta es, sencillamente, de tontos. O quizás se creen demasiado listos. Ay, el poder.