El Economista
El Economista
Intentamos hacer de la economía una ciencia exacta, cuando es una ciencia social. Nos piden predicciones sobre el futuro y un economista no puede predecir. A lo sumo, estimar.
El problema es que la economía, como tantas otras sociales, reviste una dificultad insalvable: resulta imposible considerar todas las variables que intervienen en un fenómeno.
El tener que apoyarse en hipótesis produce otra consecuencia: la relatividad de las teorías o el hecho de que nunca puedan formularse leyes absolutas, universales, que se cumplan en el cien por cien de los casos, como sí sucede con la física.
Erróneamente eso ha llevado a los legos en la materia a pensar que los economistas no nos enteramos de nada o, yendo más allá, que inventan todo y cambian de opinión cuantas veces haga falta.
Pero no es cierto. Los economistas hacemos formulamos teorías y las enseñamos siempre pensando en la aplicación práctica de las mismas. Yo he escrito, entre otras cosas, sobre el lado perverso de las herramientas económicas porque los economistas somos gente que tratamos de contribuir al desarrollo, y trabajamos para ayudar a erradicar la pobreza. Como los médicos, para lo único que no tenemos solución es para la muerte, pero incluso sobre ello somos capaces de inventar un chiste económico:
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